CUENTOS
DEL AMOR VIRIL. LUIS MELERO
EL
PADRE DE LA REINA
Yalma Benaroch tiró el libro contra
el suelo y lo contempló deseando que ése y todos los ejemplares ardieran
espontáneamente, que se convirtieran todos en ceniza y se volatilizaran. Le
ahogaba la ira. Tomó el auricular del teléfono.
-Quiero demandar a George
Williamson. Hay que conseguir que retiren esta porquería de la circulación.
-Puede costarte una fortuna, Yalma
-le advirtió el abogado-. La editorial no le hubiera permitido publicar esas
cosas si él careciera de pruebas de lo que afirma. Tanto el autor como la
editorial tienen que sentirse muy seguros para haberlo publicado. ¿Por qué no
me dejas que te arregle un encuentro con Williamson?. Eres lo bastante astuta
para sacar conclusiones. Si después de hablar con él sigues queriendo
demandarlo, entonces lo haremos.
Después de interrumpir la
comunicación, Yalma recogió el libro del suelo. Volvió a leer el párrafo:
"Todos sabían en París que
León Benaroch, el rey del acero, le hacía regalos extravagantes al modelo Dino
Correnti. Fue la última de las grandes aventuras de Benaroch antes y después de
casarse, pero seguramente fue la más intensa. En los círculos parisinos se
comentaba con sorna que Correnti manipulaba a Benaroch como un pelele y hay constancia
de que le sacó más de un millón de dólares en regalos. Benaroch se alimentaba
sólo de cocaína durante la etapa final de la relación, porque no podía soportar
las veleidades y las traiciones de Correnti, que, en esa época de los años
cincuenta, era la estrella más fulgurante de los salones de París"
La residencia de George Williamson
parecía la de un millonario bohemio reconvertido en hippy. El jardín,
abandonado a la arbitrariedad de la naturaleza, presentaba el aspecto de una
selva virgen, de tan intrincado y umbrío. La casa estaba pintada de muchos
colores, con algunos paneles de fachada cubiertos con murales que reproducían
visiones del fondo del mar al estilo pop; anémonas, algas y corales
estilizados, atravesados por bandas onduladas de azul y blanco entre las que
flotaban burbujas y peces esquemáticos entre numerosas medusas transparentes.
El domicilio de alguien muy vicioso que, supuso, pasaría el tiempo bajo los
efectos de la droga
Williamson acudió a saludarla en
bata. Aunque sabía que tenía más de sesenta años, Yalma admiró su buen estado
físico; las piernas desnudas bajo la bata parecían las de un hombre de treinta
y su cuello carecía de pliegues; por la humedad de su pelo y las gotas que
brillaban en sus tersas mejillas de cuarentañero, supuso Yalma que acababa de
salir de la piscina.
-Intuyo la razón de su visita -dijo
el escritor.
-Ustedes los escritores
sensacionalistas no imaginan el daño que puede causar lo que escriben a
familias enteras. Mi madre tiene una crisis, y sabe usted muy bien lo que eso
puede representar a los sesenta y cinco años.
-Créame que lo lamento, pero yo
suponía que usted estaba al corriente. Su padre jamás se distiguió por su
discreción. Este asunto de Correnti fue uno más. Tanto antes como después de
casarse con su madre, sus aventuras gays fueron muy notorias.
-¡Calumnias!.
-Lamento que piense así. Como había
previsto el objeto de su visita desde que su abogado me propuso el encuentro,
le he preparado estas fotocopias. ¿Ve? ¿Reconoce la letra de su padre?
Yalma cogió las fotocopias sujetas
con una grapa. En efecto, la letra parecía la de su padre.
-¿Por qué no me consultó?
-¿Avisar a la reina del acero que
iba a publicar confidencias sobre las andanzas de su padre, andanzas que los
que lo trataron conocen tan bien? No me parecía ser indiscreto al escribirlo y
usted habría tratado de impedirlo.
-Desde luego.
Yalma sorprendió una misteriosa
chispa de ironía en los ojos del escritor.
-Lea estas cartas, señora Benaroch.
-¿Quién tiene los originales?
-Están a buen recaudo. Puede
imaginarlo.
-Sí, lo imagino. ¿Puedo
llevármelas?
-Para eso las he preparado. Léalas,
por favor; va a descubrir que más bien he sido muy discreto en mi libro.
Demasiado discreto. Aunque lamente que haya sido por esta causa, celebro mucho
conocerla; creáme si le digo que hacía muchos años que lo deseaba. Es usted tan
bella como esperaba.
Sentada ante el escritorio de su
despacho, Yalma Benaroch consiguió superar a duras penas el recelo que leer las
cartas le producía. Williamson las había dispuesto en orden cronológico:
19 de abril, 1954.
Querido Dino:
Desde que volví de París no puedo
dormir. El recuerdo de tus manos en mi cuerpo permanece vivo sobre mi piel,
como si todavía estuvieras a mi lado.
Apenas me concentro en el trabajo.
Esta mañana, han venido el notario y los abogados para la lectura del
testamento de mi padre y casi no me ha impresionado comprender que desde este
momento soy el nuevo rey del acero. Lo único que me importa eres tú, tú, tú.
Hace un rato, he ordenado que te
entreguen un pequeño obsequio. Cuídalo, porque el diamante pesa kilate y medio
y lleva mi sangrante corazón dentro.
Escríbeme en seguida. Quiero saber
si he acertado con el calibre de tu dedo anular. Dudo que me haya equivocado Me
sé de memoria hasta el último rincón de tu adorada persona.
Te quiere,
Leo
4 de febrero , 1955
Querido Dino:
Mi madre no para de agobiarme con
el apremio de que me case.
Imagina. ¿Cómo voy a casarme? ¿Con
una mujer, yo? Como no nos pongamos a bordar...
Noto en tu carta cierta frialdad.
No pareces el mismo que hace quince días me abrazó por la cintura mientras
contemplábamos París desde la torre Eiffel.
¡Qué difícil es conseguir que me
escribas! Sólo guardo dos cartas tuyas de estos años y ahora trazas unas pocas
palabras sólo para hablar de dificultades. Por favor, escríbeme contándome lo
que piensas de nosotros, diciéndome que me quieres: es la única manera de creer
que te tengo cerca cuando no puedo volar a tus brazos. En cuanto a esas
dificultades, no te preocupes, las resolveré; siempre contarás conmigo,
siempre, siempre.
Te llamará mi agente en País el
lunes próximo. Le he contado que realizas trabajos de investigación de nuevos
mercados para la empresa. Solventará tus problemas.
Escríbeme, dime qué haces, cuéntame
si te pasa como a mí, que me falta el aire cuando estamos separados.
Te quiero más y más cada día, y
cada hora que pasa sin tenerte cerca es un tormento.
Te quiere
Leo
21 de noviembre, 1955
Querido Dino:
No tendría que haberte alarmado
tanto la noticia.
¡Qué poco me conoces!
Que me case no significa que vaya a
abandonarte.
!Es tan difícil vivir con esto en
los Estados Unidos! Apariencias, apariencias, eso es lo que cuenta. A mi madre
no le preocupa mi felicidad ni lo que siento, ella sólo piensa en el qué dirán.
Los comentarios y las preguntas de sus amigas es lo único que oye cuando se
reúnen para esas aburridas sesiones de racaudación de fondos para obras
benéficas. Sólo tiene oídos para las alusiones malvadas de sus hipócritas
amigas, y a mí que me parta un rayo.
Así que te tenido que transigir.
La novia parece más hombre que yo.
Es tan ajena a la delicadeza femenina como yo a la rudeza de un boxeador.
Aún no le he puesto las cosas en
claro, pero lo haré. Ella será la reina consorte del acero, pero yo podré
seguir siendo el rey de tu corazón.
En lo sucesivo, para forjarte
opiniones, espera a escuchar mi versión de primera mano. Todo acusado merece
ser escuchado, incluso los culpables; mucho más cuando, como yo, se es
inocente.
Escríbeme cuanto antes para decirme
qué te parece la dedicatoria que he hecho grabar en el reloj de platino y
diamantes que te mandé ayer.
Te quiere
Leo
3 de mayo, 1956
Querido Dino:
La boda fue una pesadilla, un
martirio. Para mí discurrió como si visitara el infierno de la mano de Dante.
Ahora estamos en Bahamas. Ella
duerme en la habitación y yo te escribo en la terraza; a eso se debe mi letra
apresurada.
Como comprenderás, esto es una
comedia. Ella ha dormido en su cama y yo en la mía, como si fuéramos dos
compañeras de internado. Al principio de la noche, me miraba mucho, como si
esperara que se produjera un milagro. Como últimamente los milagros ocurren
sólo en las imaginaciones calenturientas, yo me di la vuelta y fingí dormirme
instantáneamente.
Pasado un rato, noté que hacía una
llamada telefónica. Habló durante dos horas con ese periodista que es su amigo
desde que eran niños. Tuvo el buen gusto de no contarle nada de lo que había
pasado, bueno, mejor, de lo que NO había pasado, pero no paró de hablar de lo
mucho que lo echaba de menos y de lo que podrían hacer juntos en las Bahamas.
Como comprenderás, no es que este
asunto me entusiasme, pero creo que es bueno que tenga con quien ponerse
romántica, porque de otro modo yo tendría que convivir con una loca de atar.
Que se desahogue, así me sentiré libre de desahogarme yo también y ya sabes que
mi único desahogo eres tú.
Para que este
"acontecimiento" no te haga sentir mal, supongo que ya te habrán
entregado el Rolls. Es mi manera de decirte que eres único para mí, que deseo
estar contigo a todas horas.
Ten cuidado al conducir. No quiero
que tengas accidentes. Me moriría. Si te ocurriera algo, me muero, me muero, me
muero.
Te quiere
Leo
4 de septiembre, 1956
Querido Dino:
Estoy muy confuso, muy alterado.
Te escribo antes de que te enteres
por los periódicos. Es necesario que sepas que tú eres para mí lo primero,
siempre, siempre, a todas horas.
Esta loca no ha tenido más
ocurrencia que quedarse embarazada.
¡Imagina!
Ahora, tras poner cara de ganso
orgásmico frente a la cámara de los periodistas cuando me sorprenden con ella a
la salida de un teatro, tendré que poner cara de padre ilusionado para que las
mujeres de los accionistas de mi compañía sigan creyendo que soy no sólo el marido, sino el padre ideal. No
imaginas el teatro a me obliga esta empresa que parece ua secretaría del
gobierno que tiene que enorgullecer a los americanos. ¡Basura, basura, basura!.
Te confieso que no me hace ninguna
gracia que ese hijo se convierta en el príncipe del acero. Espero que su padre
no sea un negro o un latino. No faltaba más para que se arme el escándalo
americano del siglo. Confío que haya sido el periodista ése, que ahora se da
ínfulas de escritor de bestsellers, ya que el sujeto tiene un aspecto que no
desentonaría con el de una buena familia judeoamericana.
Con lo que me ha perturbado la
noticia, apenas estoy hablando de nosotros.
La escapada del mes de julio fue lo
mejor que me ha ocurrido este último año. Guardo en mi pensamiento cada uno de
los momentos que pasamos juntos en Italia, España y Portugal. Tengo las fotos
escondidas en la caja fuerte cuya combinación sólo conozco yo; si supieras lo
que siento cuando te miro abrazado a mí en aquella playa de Capri o frente a la
torre de Belén en Lisboa... Dino, amor, es un infierno no poder estar juntos a
todas horas. Amarte, amarte, amarte.
Te quiere
Leo
Yalma Benarroch sintió una
convulsión.
Había nacido el 19 de abril de
1957.
¿Era ella ese bebé que su padre
hallaba desagradable que se convirtiera en el príncipe del acero?. Las fechas
coincidían. Pero ¿no podría tratarse del juego perverso de alguien que
preparaba el camino para disputarle su fortuna?.
Calma, se dijo. Antes que nada,
tendría que certificar la autenticidad de las cartas. Eligió la menos
comprometora y los párrafos donde no podía saberse que iba dirigida a un
hombre, cortó el encabezamiento y la firma para que el destinatario no fuese
identificado y la metió en un sobre junto con una nota sin importancia,
autografiada por su padre. Llamó a su secretaria.
-Bárbara -le dijo-, averigua la
dirección de un perito grafológo muy bueno y de confianza. Mándale comprobar si
estas dos notas fueron escritas por la misma persona. Quiero que sea hoy mismo.
La secretaria le entregó el informe
a las cinco treinta de la tarde.
"La letra de las dos notas
coinciden en todos los caracteres. Fueron escritas por la misma mano, aunque es
perceptible que con muchos años de distancia entre ellas. La nota número uno
revela pulso juvenil. La número dos fue escrita por la msma persona en la edad
madura".
Yalma estacionó el coche en el
jardín de la casa de su madre. Todavía temblaba. La enfermera que la cuidaba no
parecía tener mucho trabajo de asistencia clínica que hacer. Su madre estaba
echada en la cama perfectamente maquillada, con las uñas esculpidas como una
obra de arte y algunas de sus más espléndidas joyas brillaban tanto en su
cuello como en sus muñecas.
-¿Estás mejor, mamá?.
-Me siento muy deprimida.
-¿Por el libro de Williamson?
-Sí, es un traidor.
-¿Y tu corazón?
-Deshecho.
-¿Por qué dices que Williamson es
un traidor? ¿Lo conoces?
-Un poco.
-¿Un poco, cómo de grande es ese
poco?
-Éramos amigos.
-¿Ya no?.
-Hace años que no quiero hablar con
él. Hace unos quince, estaba apremiándome con... determinado asunto, de manera
que ordené que no me pasaran sus llamadas.
-¿Cuál era el asunto por el que te
apremiaba? ¿Quería tener contacto con su hija?
-¡Yalma!, ¿qué estás sugiriendo?.
-Ahora, lo tengo todo claro.
-Hija, no te comprendo.
-En cambio, yo acabo de comprender.
Williamson ha publicado ese libro sólo para que yo fuera a visitarlo. Quería
ver a su hija de cerca.
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